Todo tiene un límite, ya no soy aquella niña enferma de quince o dieciocho años, aunque parezca, mamá, que no lo entiendas.
Deja de protegerme tanto, porque no me haces ningún bien sino todo lo contrario: me empeoras y me siento como si fuese la niña pequeña que ya no soy. La sobreprotección no me ayuda nada, sino que me lastra en mi recuperación.
Sé que es un artículo duro, pero quiero que sepas, ante todo, que me encuentro bien.
Sé que, si me haces falta, allí estarás, pero debes entender que tanta protección me ahoga, acaba por ponerme la soga al cuello.
Y deberías entender que mi pareja, Miquel, está siempre conmigo, ayudándome: en verdad, nos ayudamos mútuamente.
Y parece que tanto mis suegros como vosotros no nos dejáis volar libres a ambos. Que no somos unos niños, vamos a cumplir cinco años de convivencia.
Y tan solo, solo pido que nos dejéis vivir nuestra vida como a cualquier otra pareja, que se quiere, que a veces se enfada, normal, pero que también se ama mucho.
Que nos dejéis respirar.
No quiero llevar la etiqueta toda la vida, por mi trastorno. A nadie le gustan los estigmas sociales y más si es por enfermedad mental.
Por eso digo en primera persona, mamá, no me sobre protejas tanto, ni me trates como a una niña, que no me estás haciendo ningún favor. Y no lo haces tu sola, por desgracia, es más habitual de lo que parece. En nuestra sociedad. No lo hagas mamá, conmigo, porque hace ya muchos años que he crecido.
Núria
¿Quieres leer más sobre microdiscriminaciones? Haz clic aquí.
Carregant, un moment, si us plau