Me resulta complicado y laborioso analizar una novela en base a su contenido estigmatizante. A lo largo de la vida, conoces diversos novelistas y algunas historias te atrapan. Es necesario un cierto alejamiento y encontrar el momento oportuno para captar debidamente un texto. Digo esto porque un escritor puede exhibir ciertos tics y prejuicios y, aunque posea un estilo atractivo para tus ojos, también puede ofrecer contenidos inadecuados. Si hablamos de la típica obra de intriga o asesinatos, es más fácil caer en los tópicos más habituales.
John Katzenbach es un novelista norteamericano y sus dos novelas más conocidas popularmente son “El psicoanalista” (ya ha aparecido la segunda parte) o “La historia del loco”, entre otras. Wikipedia ya informa que estamos ante una novela de suspenso o thriller psicológico. En el primer texto, un psicópata hace la vida imposible a un profesional de la salud mental. La segunda obra habla de un antiguo paciente de un psiquiátrico.
En “El estudiante”, Katzenbach vuelve a la carga. Un estudiante universitario muestra comportamientos impredecibles y violentos y sus compañeros de Psiquiatría y un profesor contribuyen a que deje la carrera y sea ingresado. Años después, se vengará de cada uno de ellos.
Desconozco como llega un autor a realizar el perfil de su personaje más malvado y cruel. Seguro que son muchas horas de documentación, consultas a expertos... Al final, nos encontramos con un ser amenazante, puede que inteligente pero falto de cualquier atisbo de humanidad.
¿Cómo se presenta a este protagonista en este caso? Los que lo están tratando dicen esto: “Sabemos que se trata de una enfermedad. Esquizofrenia del tipo paranoide. Puede que trastorno bipolar; una de esas”. Los futuros psiquiatras, en este flashback, ponen en el punto de mira a cualquier persona con uno de estos diagnósticos. El dilema se resuelve al cabo de poco (“Era el nombre que tenía cuando se había sumido por primera vez en la psicosis bipolar”). Esta acotación me hace más ‘próximo’ el personaje, el cual entra en un hospital atado con una camisa de fuerza, está recluido un año y después se mantiene a raya de “las alucinaciones inesperadas, la manía no deseada y el estrés innecesario”.
El autor describe brevemente en un inicio el brote psicótico y luego la rabia de ver como nadie le iba a ver al hospital. El asesino mantiene diversas identidades y domicilios para no ser atrapado.
Un antiguo compañero de una víctima recuerda a su vez un curso difícil (“Todos estábamos exhaustos, medio psicóticos. Éramos vulnerables […] Depresiones incapacitantes. Inseguridad. Falta de sueño y alucinaciones”). En la mitad de la novela se concretan más los actos sospechosos del futuro asesino y ya sólo queda ver quien caza a quien, si los buenos al asesino o éste a ellos. Los buenos sufren lo indecible, aunque lo consiguen vencer. En primer lugar, tenemos a un adicto al alcohol que acaba de perder a su mayor apoyo, su tío, justamente la última víctima. A su lado, reaparece su antigua novia, que después de una violación, se recupera de un aborto. El trío lo completa una fiscal con problemas de drogadicción.
Mi último pensamiento es que me abstendré de leer la segunda parte de “El psicoanalista”, justamente la profesión de la madre del autor, si repaso su perfil en Wikipedia. Ya leí varios títulos del autor y pienso que daré la oportunidad a otras plumas que no se metan en tales charcos mentales. Un lector con pocos conocimientos de salud mental identificará un trastorno como el mío como propio de una persona violenta o maléfica y pienso que esta imagen no se ajusta en nada a la realidad.
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