Microdiscriminaciones - Sintomatización: Hace unos días publiqué un artículo en el blog de Obertament sobre las microdiscriminaciones que sufrimos las personas diagnosticadas con un trastono de salud mental. Pues bien, vuelvo al tema y, en este caso, en directo, es decir, para explicaros el dramático caso que estoy viviendo ahora mismo, a mi entender y el de las personas que me conocen, producto de una clara y flagrante discriminación.
El reingreso
Dos años después de mi ingreso psiquiátrico que os contaba en el mencionado blog, y cuando más activa estaba en mi objetivo de trabajar para un cambio en el tratamiento de la salud mental, resulta que vuelvo a estar en un hospital otra vez, donde llevo ya 21 días ingresada en contra de mi voluntad y la de mi familia, medicada con antipsicóticos (30 mg), ansiolíticos (si no puedo dormir) y estabilizantes (retirado porque soy intolerante; después de tres semanas de administración he tenido un desequilibrio de los electrolitos), drogas con fuertes efectos secundarios.
La relación de los hechos
El pasado sábado 19 me encontraba en Barcelona, quizás más acelerada de lo normal después de una semana de un cierto descontrol, con emociones varias, pocas horas de sueño, ingesta –aunque en poca cantidad- de alcohol, y citas nocturnas. La idea era retirarse ese sábado a un lugar más tranquilo, pero yo y mi amiga caímos en la tentación de salir de fiesta… Como consecuencia, al domingo siguiente a media mañana me encontraba muy cansada y en un estado de cierto desconcierto.
En este estado tuve la genial idea de realizar una performance. Llevé el coche hasta la playa, puse música y comencé a regalar mi ropa que ya no usaba. Al poco rato se personó la policía municipal y me detuvo; les pedí que necesitaba orinar, beber agua y dormir, pero dijeron que iba bebida y/o drogada, y no solamente no me dejaron hacer ninguna de estas cosas sino que, cuando hube de orinarme encima, me humillaron al máximo manteniéndome sentada sobre mi pis.
Cuando les llegó mi historial clínico con antecedentes psiquiátricos, y sin ningún tipo de control de alcoholemia ni de drogas, directamente llamaron a una ambulancia, que me llevó hasta un hospital, donde sin más empezaron a suministrarme medicación. Evidentemente, este tipo de performances merecen una reprimenda, quizás alguna sanción, pero ¿qué persona en su juventud, una noche loca sin dormir no ha realizado incluso actos más extraños e incluso peligrosos? Y no por ello lo han detenido, sino que le han dejado ir después de un pequeño rapapolvo. Es evidente que al ver el historial clínico de Ayla, se activó un protocolo totalmente discriminatorio.
El periplo de hospital en hospital
A las pocas horas de estar en el primer hospital, de nuevo en ambulancia hasta un segundo centro. Allí me visitan mi madre y mi excompañero, que tratan de mediar con la psiquiatra sin éxito alguno. Resultado: más medicamentos y de nuevo en ambulancia hasta un tercer hospital, y más medicamentos.
La estancia el tercer hospital
Las condiciones de vida en este lugar son de cierta calidad, los enfermeros y auxiliares amables y atentos, hay cierta libertad de movimientos y de visitas, un patio interior… pero hasta el jueves 23 no aparece el psiquiatra juez, que debe dictaminar si he de seguir encerrada o no. El psiquiatra de oficio, apenas aparece y, mi madre no ha consiguió hablar con él hasta una semana después…. Sigo internada. Soy consciente que estoy algo acelerada, pero no como para estar internada en la unidad de enfermos agudos, como corrobora mi familia.
Pasan los días, me siento agobiada, tengo fiebre y infección de orina (tardaron 10 horas en darme tratamiento), síntomas premenstruales, estoy espesa, mareada. Me suministran cuatro pastillas diarias. Todo el día encerrada, 19 horas de aburrimiento absoluto, con excepción de las horas de visita y de patio. La última semana he entrado en un programa llamado Hospitalización Parcial, dónde por las mañanas hacemos actividades varias, el día se hace más ameno.
Reflexiones
Sigue la incerteza… ¿Cuántos días más he de estar ingresada, 7, 14 o 21, solo por hacer un poco de follón en la playa? Sin ningún riesgo ni para mí ni para ninguna otra persona.
¿No se trata de un caso de flagrante discriminación hacia un colectivo marginado solo por el hecho de tener una palabra maldita escrita en la ficha clínica?
¿Mi libertad ha de estar condicionada por un “profesional” que probablemente está disfrutando del verano?
¿Es éste el modelo sanitario del siglo XXI?
¿No tiene la sociedad cierta responsabilidad en este tipo de hechos?
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