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Una contestación pendiente

Uno de los días antes de ir a la formación de activistas de Obertament, tuve una breve conversación que me marcó. La recuerdo perfectamente.

Era un viernes después de trabajar. A las 15 horas salimos del trabajo, yo ese día salí puntual, raro en mí, y una de mis compañeras me dijo: “¿Dónde vas tan corriendo?”. Yo, con total naturalidad, le dije que iba al curso de Obertament, dado que ellos ya sabían que había iniciado una formación para acabar con el estigma. Cuando lo conté, no lo dije como yo en primera persona y afectada, no lo dije no por ganas, sino por no jugarme mi puesto de trabajo. No me quedó más remedio que contarlo como para darles a entender de que yo apoyo a ese colectivo y que soy voluntaria.

Pues bien, su respuesta me dejó en blanco y sin palabras, a la vez que muy disgustada por no haberle podido contestar lo que realmente pensaba. Me soltó, de buenas a primeras: “Es verdad, que vas al curso ese de los locos”.

Ahí se me demostró una vez más cómo el mal uso de las palabras daña mucho. Ya sabía que no podría contar mi problema de salud mental en el trabajo, a pesar de que me gustaría liberarme, explicarlo y no tener que ocultarme. Con esa contestación, por una parte, se me quitaron las ganas de ni plantearme contarlo, pero por otra, me dieron todavía más ganas de explicarle que ella, que tanto me decía que me valoraba como persona, como trabajadora y por tantas otras cualidades, que también tuviese en cuenta que yo he sufrido y sigo sufriendo una enfermedad mental, y que no por ello soy una loca.

Quizá así se daría cuenta de que tiene que cuidar su vocabulario, que debería aprender a hablar sin hacer sentir que critica o rechaza, y que ese es uno de los motivos por los que quiero ser activista: para acabar con frases como la que acababa de decir, porque ante todo, somos personas.

Me gustaría haberle contestado: “Un poco de educación, empatía y sensibilización puede mover montañas”.

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