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De anuncios, niños, esencias...

Frente a algunas emociones, de las que llamamos tóxicas, tal vez pueden aliviar ciertas miradas de mayores, con lo suyo a las espaldas. También otras de los niños -la inocencia sin gastar-, resueltos con insolencia a instalarse en el presente, a exprimirle todo el zumo, sea alegre o saliendo de atolladeros como buenamente puedan. Parece que en la adultez lo deseable es transitar cierto equilibrio entre aguantar lo inevitable y no perder el combustible necesario de proyectos, de cariños, de ilusiones…

La otra tarde hicimos, desde Ademm, una incursión en un esplai de Sant Adrià para charlar con un grupo de niños sobre salud mental, de forma alegre y natural, desde el cuidado a las opciones y sensibilidades de cualquiera, igual que se habla del sistema digestivo o de los huesos, por ejemplo. Íbamos bien preparados, tanto en contenido como en ánimo. Pero la vida, por suerte, depara sorpresas; lo variado, en este caso, en las edades de los niños, pudo perturbar un poco, lo que conllevó saltarnos algún paso en el guión o improvisar sobre la marcha.

Surgieron, por fin, momentos, oportunidades donde constatar la fuerza del lenguaje universal que son las emociones. Sobre sentir miedo, alegría, tristeza, ilusión o rabia podemos hablar cualquiera. Por ahí van seguramente nuestras esencias más hondas, en estrecha relación con la deseable salud mental. Desde ahí, hablamos junto a otros compañeros y,  aludiendo a vivencias con franqueza, conseguimos una escucha atenta, de agradecer sobre todo un sábado tarde. Redondeamos con un juego donde, por parejas, pudimos ir reconociendo emociones ajenas, explorando las propias…

Al salir, nos planteamos posibles mejoras, pero también fuimos/vamos evocando, junto a gestos y miradas calladitas, tal vez algo sorprendidas (no hay cultura, en general, de hablar sobre gestión emocional) como, una vez roto el hielo, también más de uno se lanzó a preguntar, a compartir algunas cosas, aunque fuese en privado, de esas que perturban a cualquiera en un momento dado.

Los monitores, jóvenes de aspecto ilusionante, se mostraron cómplices y cariñosos con nosotros, con los niños. Por mi parte, y mientras maceraba sensaciones estos días, sentía ganas de repetir experiencia; también, como un haz de luz, visualicé a esas futuras personitas, aportando idiosincrasias autónomas, solidarias, sin avergonzarse de sus quiebros -sin ellos no se empatiza ni se puede disfrutar tanto lo bueno-.

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