Con unos 20 años, mientras trabajaba como recepcionista, tuve la ocasión de conocer a un chico senegalés. Y la empatía por su situación y de la gente de su colectivo nos llevó a ir hablando. Empezó a venir a mi lugar de trabajo con excusas o a encontrarse conmigo por la calle. Me tenía que llamar por el nombre porque yo nunca lo veía primero. Incluso me decía cómo le resultaba poco normal que yo mirara siempre al suelo. Pero me sentía especial. Me empecé a enamorar.
Un día me invitó a su casa. La típica excusa de escuchar música, Youssou Dour, para escuchar más allá de su conocida canción con Neneh Cherry, 'Seven seconds'. No vi nada extraño. Yo me había empezado a interesar por su cultura y su lengua. Para mí era una forma natural de que me la mostrara. Forma parte del exceso de confianza cuando conoces alguien. Todavía más cuando tienes depresión. Necesitas hablar y conectar con otras personas.
Llegamos, escuchamos música y nos dimos cuatro besos. Todo era normal. Y pasó. Me negué. Dije que no. Muchas veces. Y me resistí físicamente, pero no tenía mucho fuerza. Mientras me aguantaba las lágrimas, ya una costumbre inconsciente para esconder mi depresión, me violó. Y me dije a mí misma que habríamos acabado en la cama igualmente más adelante, porque estaba por él. Sólo que no era el momento para mí. Cuando llegué a casa me duché, con aquella violencia y desesperación que sólo otras mujeres en esta situación conocen.
Todavía lo seguí viendo, un mes todavía. Me convencí que había pasado por diferencias culturales. No había entendido mi 'no'. Pero lloraba cada día, sin relacionarlo. Incluso fue él quién cortó conmigo, porque siempre estaba triste. "Lloras mucho", me dijo. No lo denuncié, porque me convencí de que no podía haber sido su intención.
He intentado explicar esta violación a diferentes médicos. Y todos han ignorado este momento de mi vida. Con todos los médicos que he visitado, sólo una psicóloga me dio una pauta, que le escribiera una carta, explicándole cómo me sentía, como si le fuera a enviar. Todavía la debo de tener por algún cajón. Pero no me ayudó. Todavía me dan miedo los hombres, en especial si detecto algún posible interés hacia mí. Ni siquiera he podido hablarlo con una asociación muy conocida que me ayuda. Creo que tampoco me creerán.
Tengo un trastorno, y pocas personas me han creído. Opté por callar. Pero una violación no deja de ser una violación, aunque no te hayas podido defender con gritos y uñas porque tu trastorno no te deja hacerlo. Un no es un no, tanto si lo repites con una voz normal y alterada, como si es a gritos. Y más grave cuando tienes todavía menos herramientas para defenderte.
Anónimo
Cargando, un momento, por favor